Yoga y salud. La autocuración es posible

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Por Daniela Paruolo

El Yoga se ha convertido hoy en día en uno de los métodos más recomendados por los especialistas de la salud, tanto médicos como psicólogos lo aconsejan a sus pacientes. Los mismos llegan a la clases con los más diversos motivos. Hay quienes necesitan

un poco de calma en su vida, otros que buscan descontracturarse y volver entrar en contacto con su cuerpo, están también los que han probado de todo y no pueden resolver sus conflictos emocionales, la lista continúa. El Yoga es tan rico y basto que ante la pregunta de para qué sirve puede responderse que va desde  la relajación a la Iluminación, así de amplio es su espectro.  

   Aunque en occidente se ha expandido  hace solamente algunas décadas lo cierto es que el Yoga es un método de autoconocimiento y autosanación que la humanidad ha practicado por milenios. Implica la perspectiva implícita de que tenemos el potencial a partir del cual podemos desarrollarnos si logramos unir y equilibrar todas las dimensiones de nuestro ser. Esto quiere decir que somos a la vez seres naturalmente multidimensionales y que está en nosotros la posibilidad y también la responsabilidad de volvernos seres integrales.

   La mente, el cuerpo y la emocionalidad  son aspectos de la expresión de nuestro ser esencial. En estado natural  éstos se mantienen en un  estado de equilibrio y fluidez, es decir, en un estado de salud en todo nivel, expresándose en un funcionamiento armónico general. Esta multidimensionalidad, entonces, se traduce en que cada aspecto de nosotros se refleja en el otro potenciándose en el sentido del crecimiento o, si se encuentran en choque, de destrucción.

   Es esencial para comenzar a mejorar nuestra calidad de vida conocer y reconocer  que tenemos dentro nuestro un potencial de riqueza enorme: salud, vitalidad, equilibrio, fuerza, claridad. Mediante la meditación lo que hacemos es reconectarnos  con lo más profundo de nosotros mismos  para luego desde allí volver toda  esa  potencialidad interna en capacidad.

   El contexto en el que hemos nacido y en el cual  nos movemos desgraciadamente no nos ayuda a lograr esto último. Estamos inmersos en una cultura que por siglos, sino milenios se ha dedicado a fragmentarnos y nos ha ido volviendo débiles y dependientes de lo externo, de lo Otro (sean religiones, sea una cultura racionalista o simplemente de consumo pero siempre algo externo) perdiendo la confianza en nuestra propia capacidad de conocer, de elegir y actuar autónomamente. La mente se encuentra por un lado, el cuerpo por el otro. 

   El choque interno que esto produce corta la espontaneidad vital, la creatividad individual y el impulso hacia  la libre expresión. Alimentamos creencias erróneas sobre nosotros mismos, sobre los demás, sobre nuestro entorno y nos debilitamos  llenándonos  de culpas, miedos, nos volvemos más irascibles ante lo que por ignorancia desconocemos y a la vez deseosos de esa plenitud perdida que intentamos llenar sin éxito con prótesis externas. De alguna manera creemos que cumpliendo con todos los mandatos sociales, creando una máscara y ocultando lo que nos pasa podremos suplantar nuestra falta de amor, sentido y cohesión interna. Podremos intentarlo toda la vida, eso no es posible.

   La fragmentación y la falta  de amor (de unidad) es entonces  lo que nos enferma. Los diferentes aspectos de nosotros mismos en choque e incomunicación permanente entran fácilmente en un proceso de entropía que se potencia en la destrucción de nuestro organismo natural, debilitando de esta manera  nuestro sistema inmunológico, permitiendo que cualquier negatividad (sean virus biológicos, ideas o emociones tóxicas) haga nido en nosotros 

   El estrés, el miedo, la angustia, que produce el estado de división interna, nos desgasta, nos envejece, nos rigidiza. El resultado es que esta energía que naturalmente debería fluir se bloquea. Y de repente nos cuesta respirar física, emocional y mentalmente. La buena noticia es que esto no tiene por qué ser de esta manera. Es necesario repetir que tenemos dentro nuestro todo el potencial y todas las herramientas para vivir una vida plena, para convertirnos en seres íntegros y autoconscientes.

   Es en este punto donde entra la práctica. Como decíamos, el Yoga es un método para la recuperación de la unidad perdida, dentro de nosotros pero también con el Universo. La clave  aquí está en  el autoconocimiento vivencial, aprendiendo y abriéndonos a sentir.

   La práctica de la meditación nos permite esta comunicación a través de la profundización en el estado presente. Es importante saber que cada persona puede y debe comenzar a ejercitarse desde el lugar y el estado en el que se encuentra sin importar edad o condición, siempre hay un primer paso al comenzar a andar.

   La curación va a iniciar con la reconexión con este estado natural del que hablábamos. En este punto no está de más aclarar que, cuando buscamos sanarnos no es algo que debamos agregar, sino que la salud es algo que debemos recuperar. La naturaleza es salud de por sí, es fluidez y libre expresión: somos salud. La enfermedad surge cuando bloqueamos la circulación, la comunicación, el contacto con este estado, cuando alteramos este curso olvidándonos de nuestra esencia para identificarnos con la agitación, dualizándonos y apegándonos a estados pasajeros pero que sustancializamos en nuestra estreches de mirada, temerosos, ignorantes de nuestro gran potencial de crecimiento. 

   Encontraremos que la respiración es nuestro gran aliado en la práctica  ayudándonos a mantener la continuidad de consciencia y a conectarnos con nosotros mismos logrando un estado de atención y relajación que poco a poco se irá haciendo más permanente.  Iremos vivenciando que cuanto  más profundo respiremos más sencillo se nos hará la profundización en la unión de cuerpo mente. 

   El cuerpo ayuda a la mente y la mente ayuda al cuerpo de manera simultánea. Somos una unidad que se autocura. Una unidad que puede ser sensible, fuerte y puede a su vez mantener una atención abierta libre de distracciones. De esta manera evitamos desperdiciar energía en tensiones innecesarias y establecemos una dinámica naturalmente equilibrada y armónica.

   Entonces, ¿de dónde surge la fuerza de sanación? La fortaleza surge de nosotros mismos cuando unimos las partes que antes funcionaban por separado. Cuando integramos mente, cuerpo y emociones superando los conflictos que se entablaban entre los sentimientos, la razón, la imaginación y las sensaciones. Cuando en lugar de reprimir nos abrimos a conocernos, a comprender cuáles son nuestras necesidades vitales, a reconectarnos y reconciliarnos con nuestra propia naturaleza, recuperando la energía que antes dilapidábamos en el choque interno continuo y que muchas veces se reflejaba en el choque con otras personas.

   El Yoga es un acto de amor, es reamigarnos con nuestra mente, con nuestro cuerpo, con nuestras emociones y volver toda esa energía a nuestro favor  generando un eje fuerte con raíces en el propio corazón para poder comprendernos y también comprender a los demás.

   Cuando el equilibrio se reestablece surge la autoconfianza que nos permite sortear cualquier problema, que hace que el miedo se diluya, que el estrés se disipe. La calma nos permite ver todo más claro para tomar decisiones más acertadas y no derrumbarnos en momentos de crisis.

Y esas fuerzas que antes utilizábamos para mantener en la sombras todos nuestros miedos, angustias e ira las utilizamos para crecer en coraje, autoestima, compasión y sabiduría. Aprendemos de lo que nos pasa, en lugar de martirizarnos crecemos en conocimiento.

   De esta manera nos vamos volviendo amigos de nosotros mismos y la misma energía que antes nos dañaba por estar mal aspectada y dirigida por creencias erróneas, bien aspectada nos sana. Es la misma energía, es la misma mente, pero con un cambio de actitud y perspectiva. Dejamos de estar en una actitud defensiva para pasar a una actitud activa. La claridad que la práctica nos permite desarrollar más la fuerza recanalizada y  recuperada en la relajación del control innecesario nos vuelve capaces de descubrir nuestro potencial evolutivo y convertirlo en una realidad.

   Al volvernos seres cada vez más integrales nos vamos resintonizando no sólo con nuestra naturaleza individual sino con la naturaleza Universal de la que somos parte nutriéndonos de ella, nutriéndola a su vez de consciencia clara.

   Si existe el ser humano pleno, lo llevamos dentro, sólo debemos despertar nuestra inmanencia para trascender nuestros límites convirtiendo toda la inteligencia potencial  en realización aquí y ahora.