GENÉRICOS Y BIOSIMILARES: LA BATALLA POR EL ACCESO Y LA EFICIENCIA

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En paralelo a la carrera por desarrollar medicamentos innovadores y personalizados, hay otra revolución silenciosa que está cambiando el mapa farmacéutico: la expansión de los medicamentos genéricos y, más recientemente, de los biosimilares.

Los genéricos, versiones químicamente equivalentes de medicamentos cuya patente ha expirado, llevan años demostrando su valor: reducen drásticamente el costo de los tratamientos y amplían el acceso a poblaciones más vulnerables. Hoy, en muchos países, representan más del 70% del volumen de medicamentos dispensados, aunque con márgenes mucho menores que los fármacos de marca.

Pero la novedad más disruptiva son los biosimilares, es decir, versiones “similares” de medicamentos biológicos complejos como los anticuerpos monoclonales, utilizados en tratamientos oncológicos, inmunológicos y metabólicos.

A diferencia de los genéricos tradicionales, los biosimilares no son copias exactas, ya que derivan de organismos vivos a nivel celular, como bacterias, levaduras o células cultivadas en laboratorio y ofrecen resultados clínicos equivalentes a un costo mucho menor.

No se trata de partes de animales ni tejidos humanos, sino de procesos. Es un proceso sofisticado, pero completamente controlado, seguro.

Empresas como Amgen, Sandoz (del grupo Novartis) y Samsung Bioepis están liderando esta nueva oleada. En 2023, Sandoz lanzó en Europa un biosimilar de adalimumab, la molécula detrás de Humira (AbbVie), uno de los medicamentos más vendidos de la historia. El impacto fue inmediato: una caída de precios de hasta el 80% en algunos países.

Según la consultora IQVIA, los biosimilares podrían ahorrar hasta 160 mil millones de dólares en los próximos cinco años en los principales mercados del mundo, una cifra que entusiasma a gobiernos, aseguradoras y pacientes por igual.

Sin embargo, no todo es simple. La aprobación y aceptación de biosimilares requiere regulaciones específicas, ensayos clínicos comparativos y campañas de educación tanto a médicos como a pacientes. Algunos laboratorios innovadores también han respondido con estrategias defensivas: desde litigios por patentes hasta contratos exclusivos con obras sociales y hospitales.

Lo que está claro es que los biosimilares son el nuevo campo de batalla. Más que una amenaza, representan una oportunidad: la posibilidad de democratizar el acceso a terapias avanzadas sin sacrificar calidad ni eficacia.